Amarte a ti es
complicado, y sin embargo amar es una de las acciones que con mucha frecuencia,
hacemos de manera tan fácil…
Enamorarse es lo difícil,
saber elegir a tu persona, a tu media naranja… –aunque muchos me contradigan insistentemente
en que el enamoramiento es más fácil de hacer, que amar en sí– tontamente
llamada media naranja. Tontamente necesitando un complemento para ser feliz, ¿por
qué? ¿Porque lo dictan las religiones? ¿Porque
lo dicta el ying-yang? ¿Que todo, absurdamente, debe tener un complemento? Me rehúso
a esa idea. No quiero creer que toda la eternidad esté ligada a ti, ni estés
ligado a mí. ¿Qué acaso no para eso es que nacemos libres?
Y es que hace millones de
años que te fuiste a vivir con la vecina, que sigo pensando que una tarde
regresarás por tus pantuflas que dejaste en mi jardín. ¿Acaso la diversión es
poca? Esperaré a que te canses de jugar este absurdo juego en el que tú te vas
y yo te espero. Quizá encuentre mejores cosas que hacer, como crecer, respirar
el aire puro, ver la estúpida luna que me recuerda las tantas cosas tontas que
te dije.
Mira que he quedado
infeliz por tu causa. Que se han roto las pupilas de mis ojos, esperando en desvelos
tu regreso, creyendo que quizá como fantasma te vea atravesar nuestra ventana,
y la luna, como siempre ahí, metida, estorbada, excelsa, como si no se inmutara
con tu presencia.
¿Acaso estás tan ciego
como para no ver lo que pasa? –ya creo que sí.
Si bien dejaste tus
sonrisas bien marcadas en mis recuerdos, si bien tus besos en mis labios y en
mi cuerpo. ¡Qué estupidez la tuya, renunciar a lo que estaba destinado! ¡Qué estupidez
la mía, esperar a lo No esperado! Y sigo creyendo que en diciembre vendrás.
Quizá para noviembre
encuentre tu rostro por ahí, en uno de esos tantos retratos tuyos que venden en
las plazas. Malditos transeúntes consumistas, que hacen recordarme tus
sonrisas.
Ver cómo la lluvia cesa y
termina de limpiar el tiradero que dejaste aquella noche que compartiste
conmigo, y es que desde que decidiste que te irías con la vecina, dejé de
entrar a esta habitación, dejé de sonreír, dejé de creer en las mentiras, en
las sonrisas y en las verdades. Dejé de alimentarme de miradas, dejé que el
canario se fuera, escapara; dejé que las plantas se secaran. Y es que desde que
te fuiste con ella, esta habitación ha permanecido cerrada. Sin que nada entre,
sin que nada salga. Intacta.
Y es que cuando camino
por la calle, siempre hay algo que trae el olor de tu perfume. De ese estúpido
perfume barato que te obsequiaron el día de tu cumpleaños. ¿Tu cumpleaños? –ni
recordarlo. El día más estúpido dentro del calendario. Fue la cosa más
espeluznante que he hecho en mi vida y que jamás de los jamases volveré hacer,
mira que preparar para un mortal manjar de dioses es imperdonable –ya creo que
por ese pecado, estoy cumpliendo la condena de tu abandono–. Pero hoy digo No. No
tocaré esta habitación mal trecha, destrozada e inanimada. Que late con un
latido fúnebre, que parece deprimente, que va en detrimento de la esperanza.
Ya va amaneciendo y me he
quedado dormida. Es acaso un sueño esto o es que he hablado con tu fantasma. Odio
cuando te recuerdo, odio cuando recuerdo aquella tarde lluvia y me abrazabas, odio
el olor de tus cabellos, odio el sabor de tus besos que me recuerdan el sabor
del café. Odio ver tus sonrisas en la cara de los niños.
Amar a un fantasma es
complicado, muy complicado.
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